Ecos del pasado
Conduciendo por las calles vacías, me dirijo hacia el oeste al distrito de Charlottenburg. Tiene un aspecto burgués, con grandes calles abiertas y lujosas casas en sus bordes. Pero nada puede preparar al visitante para la firme declaración que representa el Olympiastadion. Inaugurado para los Juegos Olímpicos de 1936, es uno de los pocos ejemplos que quedan de la arquitectura de la era fascista, con dos pilares a la entrada unidos por anillos olímpicos iluminados que se erigen imponentes sobre los visitantes. Corredores solitarios se desplazan con paso pesado y escasa probabilidad de ganar una medalla de oro. Aminoro la marcha a través de Charlottenburg, en ruta hacia Tiergarten.
Antiguo coto de caza de los gobernantes prusianos, el parque central de la ciudad solía servir como límite del muro de Berlín en su margen oriental. En la actualidad unifica el este y el oeste, y su calle principal (Strasse des 17. Juni, bautizada con el nombre de la huelga de trabajadores de Berlín Este de 1953) es totalmente recta e impresionantemente ancha.
En su extremo oriental llego hasta el Reichstag, que estuvo a punto de perderse durante la guerra y no se recuperó hasta 1999, fecha en que fue reconstruido por Sir Norman Foster. Su gloria suprema es una cúpula de cristal, que incluye una pasarela espiral. Al atardecer, a medida que la luz se diluye y su interior se ilumina, puede observarse a los visitantes dando vueltas por ella como hormigas obreras.