Estoy aquí para enfrentarme a Barcelona y explorar sus tesoros mientras sus habitantes duermen. Se que la tarea no será sencilla, ya que la ciudad es famosa por su ambiente festivo y su vida nocturna, pero estoy preparada para aceptar el desafío. Comienzo mi ruta en el punto más alto de Barcelona, en la montaña del Tibidabo. 

La ruta que baja por la empinada colina y lleva a la ciudad es angosta, sinuosa y divertida. Si el centro urbano no me estuviera esperando, me sentiría tentada de recorrer la costa.

La primera parada es la Sagrada Familia de Antoni Gaudí. Son casi las 11:30 de la noche, pero los turistas continúan arremolinándose alrededor de la famosa catedral que lleva construyéndose desde 1882. Barcelona es ahora sinónimo de este glorioso arquitecto, y las imágenes de su emblemática y extravagante obra cubren muchas de las guías turísticas impresas de la ciudad.

Extravagancia catalana

Paso por Carrer de Provença, una de las calles anchas, rectas y largas del distrito del Eixample. Tras unas pocas manzanas, giro a la izquierda y entro en el Passeig de Gràcia, la famosa calle comercial de Barcelona. Considerada como la calle más cara del país, ofrece al visitante tiendas de diseñadores y excelentes restaurantes y cafés, además de algunos de los edificios más conocidos de la ciudad. Aminoro la marcha junto a otro impresionante edificio de Gaudí, la Casa Milà, recreándome con sus inconfundibles líneas onduladas y con las maravillosas chimeneas Espanta Bruixes.

Continúo sin acelerar, ya que la casa Batlló (otro de los edificios de Gaudí) está cerca a mi derecha. El ayuntamiento ha colocado unos cómodos bancos en el exterior del edificio, que ahora se encuentran repletos de visitantes cámara en mano capturando primeros planos y grandes angulares de los balcones con forma de máscaras animales y del tejado con forma de lomo de dragón.

La carretera termina en la famosa Plaça de Catalunya, y llego justo a tiempo para ver los últimos minutos de las fuentes iluminadas antes de que se anuncie el toque de queda de medianoche. 

Giro hacia abajo hasta toparme con la Rambla, la legendaria calle festiva con sección central peatonal, y con los jóvenes juerguistas en su apogeo. No me lo hacen fácil, pese a ser la noche del martes y, supuestamente, una de las más tranquilas de la semana. La multitud alegre y jovial se nutre de restaurantes de tapas, bares, puestos callejeros y artistas, y nadie parece mostrar el más mínimo signo de agotamiento.

Liechtenstein en los Juegos Olímpicos

No parece que vaya a ganar la partida, de modo que, en cuanto puedo, giro a la izquierda hacia el Barri Gòtic, el distrito gótico de Barcelona. Es la parte más antigua de la ciudad, y una de las más agradables para pasear durante el día. De noche su ambiente es un tanto inquietante y, en ausencia de multitudes, puede apreciarse la grandiosidad de lugares como la Plaça de Sant Jaume. Esta plaza ha albergado siempre importantes edificios gubernamentales (incluso durante la era romana) y, en la actualidad, el Ayuntamiento se encuentra enfrente del Palau de la Generalitat (sede del Gobierno catalán).

He pasado varias horas explorando lentamente la maraña de calles angostas del distrito con la única compañía de unos pocos peatones y policías, de modo que me dirijo hacia el puerto, un lugar que ha cambiado totalmente la imagen de Barcelona. Para llegar allí, rodeo una escultura de Roy Lichtenstein de 20 metros de altura, la Cabeza de Barcelona, obra inspirada en Gaudí y encargada para los Juegos Olímpicos. Para mantenerme cerca del mar, circulo arriba y abajo por las franjas de tierra que se extienden por el agua. 

Mi última esperanza de encontrar la paz en la ciudad es volver al tranquilo barrio gótico, de modo que tomo la Vía Laietana y estaciono junto al Museo de Historia de Barcelona. Son las 5 de la mañana y me dispongo a disfrutar del silencio, mientras admiro el edificio que contiene las reliquias de los últimos 2.000 años de la ciudad. Justo entonces, el primer madrugador que saca a pasear su perro pasa a mi lado con un alegre "¡Buenos días!". ¡Y eso es todo! Barcelona me ha vencido. Pero con la amabilidad de sus gentes, la belleza de su arquitectura y la vitalidad de su puerto, me siento encantada de admitir mi derrota.

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