Sabía que la idea de cruzar el Sáhara en una moto de ruta era ambiciosa, pero no tenía ni idea de lo difícil que realmente sería.

En la frontera marroquí, me siento inmediatamente perturbado por unos franceses. Se quedan mirando mi moto y niegan con la cabeza: "¿Vas a llevar estoa la pista?" La máquina de 1.130cc aún parece nueva y escasamente preparada para uno de los entornos más duros del planeta.

Me enfrento a la pista

"Oui", respondí, preguntándome qué aspecto tendría una pista. Enseguida me encontré inmerso en una tierra de nadie, entre las fronteras marroquí y mauritana. Y supe lo que era una pista. Pronto comprendí que este término abarca cada una de las superficies por las que uno pueda circular, desde un camino llano de tierra hasta la selva más accidentada.

La moto de 135 BHP comienza a actuar como si estuviera borracha. Conduzco despacio, remando con los pies cuando la arena es profunda. Al cabo de un tiempo llego a la ciudad mauritana de Nouadhibou.

Locura mauritana

Es como una imagen sacada del día después del apocalipsis. Los autos no tienen luces ni ventanillas, y la mayoría parecen haber sido volcados al menos una docena de veces. Los nativos clavan en mí su mirada perdida como zombies. La arquitectura es interesante... al estilo Mogadiscio. Y en medio de la locura, mi moto se ha vuelto invisible. Nadie ni nada cede un ápice ante ella. De hecho, estaría más seguro en un burro.

El santuario se encuentra en un campamento amurallado lleno de europeos. Mañana daré comienzo al verdadero propósito del viaje: cruzar el Sáhara. Pero para eso necesitaré un guía. Me contacto con dos chicos holandeses que se dirigen a Gambia. El guía viajará en su auto, y yo puedo seguirlos. El Sr. Abba tiene sin duda el aspecto típico de un guía: árabe de piel morena, de cincuenta y pico de años, vestido con una bata blanca de beduino y un turbante. No parece molestarle que los acompañe en mi moto, aunque dedica una larga mirada fija al voluminoso neumático trasero.

Al día siguiente salimos a la pista. Es posible que encontremos algo de asfalto, pero manejar bajo un calor y un polvo sofocantes exige una intensa concentración. Después de 88 kilómetros, el auto gira a la derecha y sale de la pista para adentrarse en el desierto del Sáhara. Mi boca se queda seca al instante.

Hacer las cosas de la manera más difícil

Se que debo relajarme y limitarme a mantener la rueda delantera apuntando hacia la dirección a la que quiero ir, de modo que la trasera la seguirá. Se que debo intentar ponerme en pie y sujetar los manillares suavemente. Sin embargo, me siento y aprieto ferozmente los puños. Tengo poca fe en mí mismo, y casi ninguna en los neumáticos de carretera. Todo lo que hago es fijar la vista en el auto de los holandeses, e intentar seguirlo. Se hace espantosamente interminable. Y en ocasiones incluso doloroso.

Cuando llevo casi una hora sin caerme, mi confianza aumenta y cometo el error de intentar tomar una curva en la arena. Y al segundo siguiente estoy clavado en el suelo. Tengo tiempo suficiente para pensar en cuánto me estoy divirtiendo: nada. Después de cuatro horas hacemos una merecida parada, y el Sr. Abba prepara té de menta.

"Tienes el aspecto de un accidente en cámara lenta", me dicen. Sin embargo, yo me siento notablemente optimista. El Sr. Abba señala una montaña en la distancia y dice que nos alojaremos tras ella. El día ya no parece como si fuera a durar eternamente. Dos horas más tarde, dejamos atrás la montaña y pasamos la noche en un pequeño campamento beduino.

La línea de llegada

A la mañana siguiente me estrello después de tan solo 8 kilómetros de un trayecto de 128 kilómetros por la arena. Sin embargo, no tengo más opción que subir de nuevo seguir continuar conduciendo. Mi recompensa es una magnífica lección aprendida: no importa lo inexperto que seas, ya que la perseverancia te ayudará a tapar las grietas.

Paso mi última noche en el desierto en una tienda de campaña en la playa, con las olas del Atlántico rompiendo a unos pocos metros de mis pies. Aparte de mi casa, es el mejor destino al que nunca he llegado en moto. Ya no tengo miedo a morir en el desierto, ni a estrellarme y romperme los huesos. He conducido una moto equipada con neumáticos de ruta por una extenuante zona del Sáhara. Y eso es algo difícil de superar.

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